Cuando se le cambian los pañales a la nación


La madurez política de Colombia está aún bien lejos. Con mano fuerte y corazón grande, hace ocho años se decidió que como país teníamos que ponernos pañal, porque las carreteras estaban llenas de caquita y eso no podía ser. Esta patria necia necesitaba disciplina y control, un padre como dios manda. Y aunque olía mal, hace cuatro años se decidió que todavía no tocaba baño. Ahora ha venido la madre rezagada, doña Corte del santísimo Socorro, y ha dicho que cómo se le ocurre, que hay que cambiar al bebé, pero es que es ya. Y pasa lo que pasa cuando uno cambia un pañal: que se encuentra con un mayor en retiro con pestilentes incriminaciones, una diarreica sarta de hechos inenarrables, frente a testigos de la opinión pública internacional. Lo que hay es a lo que olía.



El debate de las presidenciales sigue esa línea: las opciones punteras están repartidas entre los que piensan que hay que seguir con pañales, y los que creen que hemos alcanzado la edad para enseñarnos a ir al baño solitos. Ahí se quedan dos tercios de los votantes, y resuelve en segundo round el otro tercio. Así de breve. Ahora resulta que los relatos sobre Santiago Uribe y los doce apóstoles son parte de un montaje destinado a capturar el voto segregado. Santo cinismo, ruega por nosotros los pensadores, amén.



Ya han soltado las hordas a ladrar: salió el ministro de Interior a defender el franco jurídico y dijo que siempre se acata a la justicia Colombiana, que dictó auto inhibitorio por falta de pruebas en el proceso contra Santiago. El mismo ministro cuyo hermano Guillermo León, siendo director de Fiscalías de Medellín, fue detenido por sus nexos con “Don Mario”, y fue declarado insubsistente por la misma justicia. Y digo yo que Pérez Esquivel se queda corto cuando dice que “lamentablemente tenemos dificultades de ver que la justicia en Colombia sea independiente.” Tan divino.



Salió el General Naranjo a defender el franco de la violencia dizque legítima porque dizque del Estado, y a la usanza en boga le echó la tierra a Venezuela y a los Comba, pero esta le salió mal por su estrecha visión binaria. Acá nadie dice que Meneses sea de los buenos, ni que no deba pagar. Pero Naranjo poco entiende de la verdad como requisito de la paz. Y es que nadie tira piedras contra el techo de la casa. También dice que a Benavides le ofrecieron 500 millones para decir mentiras, pero que no los cogió y se negó a embalar a la familia del presidente, ejemplo de la alta moral militar. Y dice el ministro Silva que el gobierno constató la injerencia de la inteligencia venezolana en el asunto. Pues si hay pruebas muéstrelas ministro.



Salió el vicepresidente Santos a poner pecho en el frente electoral, y a vaticinar que al primis le van a montar otro complot con fines electorales, pero que no se alarmen los votantes, que son todos unos bandidos embusteros. Conspiradores externos. Malas pécoras, mentirosos. Todo encaminado a manipular los resultados de las presidenciales. Y yo me pregunto, si no afectó la relación de Guillermo León con los paramilitares en la designación de Fabio como ministro, cómo podría afectar la opinión de los seguidores de Santos, el que el hermano del presidente, ni siquiera el suyo, haya financiado y dirigido otros grupos paramilitares. ¿Cuál es el miedo?

  Curiosos los caminos que siguen los encargados de legitimar el contubernio gobierno-paramilitar. El teflón del presidente y su familia. Mucha palabrería suelta en los medios de comunicación, pero así no funciona. Si es un montaje, dónde están las pruebas. Eso es avanzar hacia la madurez política, hacia el control civil de la administración pública, quitarse el pañal. Si las familias de los gobernantes siempre se libran por vicios procesales, por falta de pruebas, por vencimiento de términos. No, no, demuestre que es un montaje y entonces hablamos. Es que no hay que rendirle cuentas sólo a la justicia, están muy equivocados estos que gobiernan. En el ejercicio de la función pública tiene que rendir cuentas a la sociedad civil, a nosotros.



No se trata de que los paramilitares hayan suplido las funciones del Estado, que es otro problema. Hablo de que el Estado se utilizó para ayudar a los grupos paramilitares. El asunto es que se ha utilizado al Estado para alcanzar fines de clase: en su brazo militar para barrer a los indeseables y a los enemigos de poca monta, en su brazo legislativo para hacer coincidir los intereses de clase con los de la nación, en su brazo político para monopolizar los recursos públicos, y en su brazo jurídico para lavar el nombre de sus familiares, entre otras cosas. El Estado al servicio de clase.



Falta verdad, mucha verdad, asumir la verdad como ética política para que podamos decir que como país hemos empezado a tener barros y espinillas.

Uribe y el neocorporativismo global.


La derecha corporativista española premia a la derecha gamonal colombiana por sus avances en la consolidación de un Estado corporativo al amparo de la idiosincrasia reaccionaria. Los países sólo existen para unos y he aquí la prueba. Una noticia irrelevante en principio, cobra valor por el provincialismo de nuestra cultura política manifiesto en el complejo de inferioridad de nuestros periodistas, que pretendiendo vender mazorca, anuncian que España concede a Álvaro Uribe el premio a “mejor dirigente político iberoamericano de la década”. Mentira.



Lo que ha ocurrido es que en un intento de legitimación de clase global, un grupúsculo de expolíticos españoles militantes de la derecha, hoy magnates y diestros empresarios del sector de los medios de comunicación, hijos de esa versión cristiana del protestantismo que fundara Escrivá, han decidido coronar al presidente Uribe con un rimbómbate título que le sume puntos de popularidad en territorios indianos. Es como si el comité ejecutivo de El Tiempo (ahora bien repartido con la élite hispánica corporativista), concediera un premio a la lambonería de Alan García; o mejor aún, como si al consejo de la Universidad de la Sabana se le ocurriera premiar a Marta Lucía Ramírez y a Sabas Pretelt por sus excelentes gestiones para terminar “la obra de dios”. Mi abuelita también dice que soy buen mozo, y qué.



Argumentan el señor Ariza Iragoyen y su séquito (1), que el dignatario se hace acreedor al leviatánico título en honor a su “trabajo destinado a mejorar la calidad de vida de su país, a defender los valores del bien común, y la lucha contra el terrorismo” . El bien común entre ellos, claro. Defienden los abanderados de los principios morales del acaudalado arzobispo de Madrid, Rouco Varela, que “defender los valores del matrimonio y la vida de los no nacidos” es motivo más que suficiente para encumbrarlo en semejante pedestal. Pero no se menciona la moral del prelado respecto al valor de la vida de los sí nacidos, y matados por el Estado, por ejemplo. Y ensalza Intereconomía, que el presidente hizo todo esto “siguiendo los valores del libre mercado”. Es que Uribe es un crack.



Los países han desaparecido para ellos. Lo que queda son corporaciones con el beneplácito del sector reaccionario-empresarial de las clases políticas nacionales, que coinciden en sus intereses económicos. Corporaciones que se hacen con los medios masivos de comunicación para propulsar su autolegitimación. Es decir, la configuración de una clase corporativista global, que pretende hacer coincidir sus intereses económicos con los intereses estatales allí donde consigue hacerse con el poder, verbigracia, en Colombia. Y en consecuencia, el uso de las fuerzas de seguridad de los Estados como agentes de seguridad privada para esta clase. Cualquier Berlusconiano paralelo es pura picardía.



Una clase que se alimenta de los vacíos jurídicos y las diferencias legales de país a país. Que se mueve entre la trampa, haciendo en otras latitudes lo que en sus países está prohibido. Un Banco Mundial que exige a los países promover la autonomía de los pueblos y un Fondo Monetario Internacional que condiciona sus préstamos al reconocimiento del pluralismo jurídico, como estrategia política para saltarse la legislación estatal en la explotación de los recursos.



Y mientras esta clase global asciende impasible por los caminos narcóticos de la tele, un sector importante de la izquierda sigue con el chicle pegado del imperialismo, identificando obsoletamente un enemigo externo con una ubicación geográfica que coincida cómodamente con algún Estado-nación. Como si la cosa fuera todavía entre países.


Mentira, son todos los mismos y están en todas partes, las élites nacionales trabajan codo a codo alrededor del globo. Lo que ellos entienden por países no es más que ingentes masas populares, alimentadas con el rico cebo de los nacionalismos, que dócilmente paguen impuestos y de vez en cuando voten.

La paz a bala mata.



Blanco o negro es el análisis que se ha hecho de la situación del Cauca el último mes. La mentalidad binaria de la cultura política nacional: si no estás con Colombia estás con el terrorismo. Eslogan contundente y clara declaración de intenciones. La ironía es que entre esas opciones para escoger, izquierda armada radical vs élite de derecha político-militar, todos son los mismos. Los que aseveran que la guerra es un medio para alcanzar la paz, la paz a bala. No porque sean tontitos, sino porque nos creen a nosotros. Ellos saben perfectamente lo que hacen.



Del análisis de los enfrentamientos en el Cauca durante el último mes (y durante el último año), hay un actor excluido, las comunidades. Un proceso que conviene a muchos no mencionar en alto porque rompe la estructura binaria de las opciones que se presentan. Ese contubernio no explícito entre las guerrillas y la élite reaccionaria, conscientes de que cada uno debe su existencia al otro. Conscientes además, de que ninguno de los dos posee el afecto de las mayorías. En resumidas, conscientes de su propia ilegitimidad y del hecho que la mínima legitimación a la que pueden aspirar, consiste en la existencia y falta de apoyo del “enemigo”.



Frente a esto las comunidades se han parado y les han dicho a guerrilla y ejército, en territorio indígena no se echa plomo. Y están en su derecho, no porque sean indígenas sino porque viven ahí. Eso es como cuando el dueño del bar le dice a uno, “si se van a dar se me van pa’fuera”. Uno o se sale o se calma. Pero estos ni se calman ni se van. Se van las madres con sus hijos, y se van algunos hijos que ya no vuelven.



La guardia indígena es un ejercicio de resistencia civil no armada desde la sociedad civil. Una propuesta de paz a punta de resistencia. Los muertos del conflicto en el Cauca se quedan en las familias, de los que ven que sus hijos van a la guerra y de los que ven que sus hijos van al aguante. Los últimos no cuentan con disparar, mucho menos con morir. Pero también mueren.



Víctimas de la tozudez y el interés de los de la guerra. Entre el dolor de la pérdida de una hija, un padre agradece al resguardo y a la guardia, e insta a no mermar en el proceso de resistencia (Las Balas asesinas le quitaron la vida a Patricia). Sus llantos hablan de su hija de 19 años como quien entiende a un mártir de la causa. La autonomía y la autodeterminación de los pueblos como respuesta a dos opciones homogeneizantes, impuestas mediante la fuerza, y con fines totalitarios. La misma tozudez se cobra la vida de un niño de cinco años, que no entiende de causas ni le interesa ser mártir, pero le tocó en suerte ser hijo de concejala.



Las comunidades entienden con razón que uno tiene potestad para decidir cómo se quiere vivir en el territorio de uno, como de escoger dónde poner el televisor en la casa. Frente a una guerra que se basa en el control militar sobre el territorio, se ofrece reducir control territorial de de los actores hasta que pierdan su poder. Astucia indígena. Personalmente me uno y apoyo el ejercicio de la resistencia civil no armada, no sólo en el Cauca, sino en San José de Apartadó, en Berruecos, en Belén de los Andaquíes, en San José de Albán, y allí donde se dé. Hago votos para no olvidar a los que mueren desarmados y resistiendo. Y pugno para asumir esta forma de acción como medida generalizada contra las arbitrariedades del poder, especialmente de aquel fundamentado en el uso de la violencia, en todo caso ilegitima, sea del gobierno o de las farc. La paz a punta de resistencia frente a la paz a punta de bala.